Por Julio Portillo / Historiador /
julioportillof@gmail.com
Ningún contendor utilizó tantos epítetos ofensivos contra los adversarios como el actual mandatario en estos 14 años de gobierno.
En toda la historia política de Venezuela, ningún contendor utilizó tantos
epítetos ofensivos contra los adversarios como el actual mandatario. En estos 14
años de gobierno no hemos escuchado de la boca del innombrable sino los
insultos más soeces.
Los opositores han sido llamados por el autócrata: escuálidos, vendepatrias,
traidores, diablos con sotana, chigüires, pitiyanquis, marranos, majunches,
jalabolas. Quedan también para la historia calificativos hechos contra
Condolezza Rice, a quien llamó ignorante; Ángela Merkel, a quien llamó nazi; G.
W. Busch, a quien tildó de borracho; José Miguel Insulza, a quien le dijo
pendejo e insulso; al presidente Uribe, a quien llamó narco. Sólo se ha salvado
Diosdado Cabello, su competidor interno, a quien llamó “el hombre de los ojos
bonitos”.
Pero no han sido solamente personas a quienes se han inferido los peores
ultrajes, son igualmente víctimas el uniforme militar, el cadáver y la imagen de
Bolívar, las reservas del Estado, la soberanía nacional, la industria y
agricultura de Venezuela, escenarios internacionales donde se gritó que olía a
azufre y donde fue mandado a callar. Qué nos puede pasar que ya no nos haya
pasado. Conocemos lo que significa la decadencia nacional.
Ídolo de sí mismo, no se dirige al país para alentarlo en sus desgracias,
sino para mentirle y escucharse ante un público preparado que usurpa el título
de nación. Venezuela ya le ha perdido el miedo. Está dispuesta a ponerle fin a
sus excesos, vulgaridades, cantos arbitrarios y a la desunión que nos ha
sembrado. Como diría el historiador italiano César Cantú: “Desdichado, una y mil
veces desdichado, el país cuyos nobles hijos se vean obligados a bajar a la
arena de procaces injurias”.
Henrique Capriles, en tanto, multiplica el futuro, hace del aplauso público
que le tributan todos los pueblos, no lisonjas a su persona, sino una ofrenda al
porvenir de Venezuela. Va sereno al triunfo, sabe que el 7 de octubre en la
noche no podrán contra un pueblo decidido a cambiar, ni los mil generales del
régimen, ni el fraude, ni la vocería extranjera beneficiaria de los regalos de
quien se creyó dueño de Venezuela.

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